Allá donde esté, en algún rincón de Nápoles o escondido en Nueva York, dando vueltas a un salón atestado de libros como el Minotauro en su laberinto o escoltado por un par de ‘carabinieri’ mientras sale a tirar la basura, a Roberto Saviano (Nápoles, 1979) le gusta recordar ese momento final de ‘Papillón’ en el que Steve McQueen abandona la isla hecho un guiñapoo al grito de «¡Malditos bastardos, todavía estoy vivo!».
Porque, en efecto, ahí sigue Saviano.
A pesar de todo. A pesar de las amenazas y el miedo. A pesar de que desde que publicó ‘Gomorra’ hace más de quince años y la Camorra convirtió su cabeza en diana vive encerrado y rodeado de estrictas medidas de
seguridad. «De pequeño quería una vida como Hemingway y en cambio vivo escondido, encerrado en casa. Me tengo que camuflar. Si viajo me tengo que cambiar el apellido», explica ahora Saviano desde el otro lado de la pantalla.
Por razones más que evidentes, el lugar en el que se encuentra el escritor italiano es alto secreto. A su espalda, estanterías, libros y lo que parece una caricatura. Unos guantes de boxeo y un San Genaro. Un escenario aséptico que no desentonaría entre los despachos, salones y estancias variadas que aparecen en las viñetas de ‘Todavía estoy vivo’ (Reservoir Books), novela gráfica en la que Saviano relata todos estos años de clandestinidad forzosa con la ayuda del dibujante Asaf Hanuka.
«Conté una guerra entre dos clanes de la Camorra que habían convertido las calles en un campo de batalla. Quería mostrar al mundo cómo se vive en una zona de guerra en plena Europa», recuerda Saviano en las páginas de un libro que, asegura, le ha llevado a desnudarse de un modo hasta ahora nunca visto. «El cómic te permite un diálogo con el dibujante, es como es recrear tu vida. Vuelves al líquido amniótico y tienes que empezar desde ahí», explica. De ahí que, añade, el trabajo del israelí Asaf Hanuka, haya sido capital. «Él une realismo y delirio. Más que un espejo, era un ping-pong de imágenes», apunta.
Nada más empezar el libro, por ejemplo, Saviano habla de su hermano, un enfermero que se tuvo que mudar al norte de Italia en cuanto empezaron a llegar las primeras amenazas. También recupera un encuentro con Salman Rushdie en el que el autor de ‘Los versos satánicos’ le dijo algo que, explica, tardó años en comprender. «Te echarán la culpa toda la vida», le advirtió Rushdie. Y, en efecto, esa culpa no tardó en aparecer. Porque, si tan amenazado estaba, si tanto empeño ponía el clan Casalesi en borrarlo del mapa, ¿cómo es que seguía vivo? Escribiendo. Respirando.
«Tenía 26 años cuando pasó todo esto. Y ahora tengo 42. El estrés me vino por tener que justificarme por estar vivo. ¿Por qué no has muerto? Razonar de esta manera significa darles el poder a ellos», reflexiona ahora Saviano. Esa es, de hecho, una de las heridas por las que sangra ‘Todavía estoy vivo’, repaso a la sucesión de mudanzas, exilios e intentos de quitarlo de en medio. «Muchas veces he estado suspendido entre la vida y la muerte. Si tengo que ir a tirar la basura, tengo que esperar a que vengan los carabineros. Es ridículo. ¿Por qué seguir viviendo así esta vida infeliz? Luego entendí que esto era la ‘vendetta’, la venganza. Y no sólo de la Camorra», relata.
Admirador de clásicos del cómic como Frank Miller, Will Eisner o Art Spiegelman, Saviano confía en que esta novela gráfica le ayude a salir de «esta vía sin salida» en que se ha convertido su vida. «No hay nadie ahí, pero tienes que vivir encerrado por si acaso. Por si alguien viene. No vivir por miedo a perder la vida es insoportable», dice. Las palabras de Saviano quedan perfectamente ilustradas con un episodio del libro en el que, tras someterse a una operación quirúrgica, fantasea con salir de ahí con otra vida. Pero no. «Cuando me desperté de la anestesia me di cuenta de que en la sala de reanimación había varios presos. Y me dije: ‘Llevo la misma vida que quien tiene una deuda con la sociedad’. Crucé la frontera de un terreno que no había que pisar», escribe.
Aún hoy, reconoce Saviano, se sigue preguntando si todo aquello mereció la pena. Si cruzar esa puerta y meter el dedo en la llaga purulenta de Secondigliano merecía tres lustros de lo que él mismo califica de «vida de mierda». «Lo que ha hecho mi trabajo ha sido dar voz a quienes no tenían voz. De eso sí que estoy orgulloso. Y cuando leo ‘Fariña’ o a Oscar Martínez, veo que el método ‘Gomorra’ se utiliza para explicar el mundo», dice. Otra cosa, sin embargo, es que además de explicarlo pueda servir para arreglarlo. «Cuando veo la impunidad que hay veo la imposibilidad de cambiar las cosas. Las mafias me han permitido entender el capitalismo, ya que el capitalismo tiene una deriva mafiosa», sentencia.
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