Este martes 29 pareció por un momento que la presión conjunta del Foreign Office, del dueño del Chelsea, Roman Abramovich, y del presidente turco Recep Erdoğan había persuadido al gobierno ucraniano de aceptar por primera vez en ocho años las condiciones rusas para un acuerdo de paz: neutralidad, desnuclearización, desmilitarización, incorporación de Crimea a Rusia e independencia de Lugansk y Donetsk. Sin embargo, después de que el secretario de Estado norteamericano Antony Blinken expresó su rechazo y su desconfianza hacia el anuncio ruso de que frenaba sus operaciones en las regiones de Kiev y Chernigov, el presidente ucraniano volvió a desconocer los avances hacia la paz y se multiplican las señales de que el alto mando ucraniano está buscando una batalla decisiva en la zona norte de la Cuenca del Don.
Es difícil que las idas y vueltas de Zelensky respondan a decisiones propias. Ni siquiera puede responsabilizarse a la inepta canciller británica Liz Truss, quien –según propias declaraciones- guía cada paso de los negociadores ucranianos. Las contradicciones en el liderazgo de Kiev tienen probablemente origen en Washington y están reflejando la lucha que allí se libra sobre la estrategia de confrontación con Rusia.
Durante su viaje a Europa la semana pasada el presidente de EE.UU. pidió tres veces el derrocamiento de su colega ruso, lo llamó “carnicero” y aseguró que “no puede permanecer en el poder”. Nunca antes desde 1945 ninguno de sus predecesores se atrevió a proponer el derrocamiento de los dirigentes de la vieja URSS, ni más tarde el de los líderes rusos o chinos. Nada debe cuidar más el jefe de una gran potencia que la salud de sus competidores en el exterior. Se trata de poderes nucleares y cualquier desestabilización puede ocasionar una catástrofe mundial. Sin embargo, Joe Biden insiste en evocar la posibilidad de propiciar en Rusia un cambio de régimen. La Casa Blanca parece estar buscando que el país euroasiático caiga en la anarquía, se divida y se fracture. ¿Es sólo una estrategia de guerra kissingereana (por el exsecretario de Estado Henry Kissinger) –como afirman muchos analistas- para después poder atacar a China en condiciones más ventajosas? Parece ir mucho más allá de ese objetivo geoestratégico ya de por sí enorme. Al menos sendas intervenciones públicas recientes del Pentágono y de Wall Street dan la impresión de estar tratando de frenar una locura mayor.
En una conversación con periodistas en Polonia el pasado 25 de marzo Joe Biden dijo que Vladímir Putin es un “carnicero” y, al dar un discurso ante las tropas estadounidenses emplazadas en dicho país, insinuó que éstas pronto irían a Ucrania. “Miren cómo se resisten, declaró. Y lo verán ustedes cuando estén allí. Algunos de ustedes ya han estado allí, ya lo verán. Verán a mujeres, jóvenes que hacen frente a un tanque”, dijo el mandatario. Su discurso empezó con una retórica agresiva y un llamado a castigar de inmediato al “agresor”, pero terminó con expresiones rebuscadas, haciendo alusión a “fuerzas inevitables” que él no puede superar y diciendo que ahora es imposible hacer algo en concreto. Todavía el día siguiente afirmó que Putin “no puede quedarse en el poder”. Funcionarios de la Casa Blanca se apresuraron a relativizar sus palabras, pero el daño estaba hecho.
Que la política exterior de los neoconservadores encaramados en el gobierno es enérgicamente criticada desde el Pentágono y Wall Street es un secreto a gritos. Para los militares el secretario de Estado Antony Blinken, su segunda, Victoria Nuland, el jefe del Consejo de Seguridad Nacional Jake Sullivan y sus apoyos en el Ejecutivo y el Congreso se equivocan al atacar a Rusia. La potencia euroasiática –sostienen- supera a EE.UU. en algunas tecnologías y en el dominio del terreno dentro de Europa. Por otra parte, argumentan, el enemigo principal de EE.UU. es China y no habría que dispersar las fuerzas dando combate en varios frentes a la vez. Sin embargo, los neocons están convencidos de la debilidad de la potencia eslava y de su habilidad para desestabilizarla, generando una agitación que acabe con Vladimir Putin y les permita fracturar el país más grande del mundo. Es el sueño redivivo del Imperio Británico del siglo XIX que cada tanto enturbia las cabezas de los líderes anglosajones.
El secretario de Estado Antony Blinken, que inicialmente dijo que la OTAN había dado “luz verde” para enviar aviones desde Polonia a Ucrania, tuvo que dar marcha atrás y ahora se opone a cualquier zona de exclusión aérea que implique a la OTAN. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el líder de la mayoría en el Senado, Chuck Schumer, también apoyaron el plan de los aviones polacos, que fue rechazado por el Pentágono porque “podría dar lugar a una reacción rusa significativa que podría aumentar las perspectivas de una escalada militar con la OTAN”, según el portavoz del Departamento de Defensa (DoD), John Kirby.
Hasta ahora el presidente ha estado del lado del DoD, pero, como se ha creído la versión de los medios de comunicación corporativos que sostienen que Rusia está perdiendo la guerra, se atrevió a llamar al presidente ruso “criminal de guerra”. Saliéndole al paso, el martes 22 el Pentágono filtró a los medios dos historias que contradicen estas versiones. “La conducta de Rusia en la brutal guerra cuenta una historia diferente a la opinión ampliamente aceptada de que Vladimir Putin tiene la intención de demoler Ucrania e infligir el máximo daño civil y revela el acto de equilibrio estratégico del líder ruso”, informó Newsweek en un artículo titulado “Los bombarderos de Putin podrían devastar Ucrania, pero se está conteniendo. He aquí por qué”.
El artículo cita a un analista anónimo de la Agencia de Inteligencia para la Defensa (DIA) del Pentágono diciendo que “el centro de Kiev apenas ha sido tocado. Y casi todos los ataques de largo alcance se han dirigido a objetivos militares”. Por su parte, un oficial retirado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que ahora trabaja como analista para un contratista del Pentágono, añadió: “Tenemos que entender la conducta real de Rusia. Si nos limitamos a convencernos de que Rusia está bombardeando de forma indiscriminada o [que] no consigue infligir más daño, porque su personal no está a la altura de las circunstancias o porque es técnicamente inepto, no estamos viendo el conflicto real.”
“Sé que es difícil de tragar que la carnicería y la destrucción podrían ser mucho peores de lo que son”, dice el analista de la DIA, pero eso es lo que muestran los hechos. Esto me sugiere, al menos, que Putin no está atacando intencionadamente a los civiles, que tal vez sea consciente de que necesita limitar los daños para dejar una salida a las negociaciones”. Un segundo oficial retirado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos añadió lo siguiente: “Sé que las noticias siguen repitiendo que Putin está atacando a los civiles, pero no hay pruebas de que lo esté haciendo intencionadamente. De hecho, yo diría que Rusia podría estar matando a miles de civiles más, si quisiera”.
El segundo artículo aparecido la semana pasada socavó directamente la dramática advertencia de Biden. El pasado 22 de marzo la agencia Reuters informó: “Estados Unidos no ha visto todavía ningún indicio concreto de un inminente ataque ruso con armas químicas o biológicas en Ucrania, pero está vigilando de cerca la información de inteligencia para detectarlas, dijo un alto funcionario de Defensa de Estados Unidos”.
No sólo el Pentágono está preocupado por el curso que los neoconservadores encaramados en la Casa Blanca están imprimiendo a la confrontación con Rusia. También Wall Street. Este domingo 28 The Wall Street Journal (WSJ) afirmó en un artículo que “El presidente de EE.UU., Joe Biden, puede estar complicando seriamente el diálogo de Washington con Moscú con sus declaraciones sobre su homólogo ruso, Vladímir Putin, por lo que su Administración necesitaría la incorporación de nuevos asesores políticos para equilibrar su discurso”.
¿Por qué tratan el Pentágono y Wall Street de frenar el ímpetu belicista de la Casa Blanca? ¿No pueden detenerlos sin intervenciones públicas? ¿Tan poderosos son? Parece que sí. Detrás de los neoconservadores asoman los hipermillonarios dueños del 50% de la riqueza total de EE.UU. y su proyecto del “Great Reset” (el Gran Reajuste).
Este martes 29 en la estación de bombeo de la frontera germano-polaca dejó de fluir el gas por el ducto que lo trae desde Yamal, en la costa del Océano Ártico. Antony Blinken fracasó el miércoles 30 en su gestión ante el presidente de Argelia, Abdelmadjid Tebboune, para que reabra el gasoducto que, a través de Marruecos, lleva el fluido a España. En julio de 2021 Argelia rompió las relaciones con su vecino occidental por las posiciones encontradas de ambos sobre la independencia del Sáhara Occidental. El país magrebí está sufriendo grandes pérdidas por no exportar el fluido a Europa, pero decidió no someterse a las presiones de la OTAN y mantener su alianza con Rusia.
También están faltando los metales y los fertilizantes de los que Rusia es un gran exportador. Las cotizaciones internacionales de los hidrocarburos y del carbón se han multiplicado. Esto no puede ocurrir, sin que cientos, quizás miles de importantes productores de materias primas, empresas comerciales y bancos sufran grandes pérdidas en los envíos a corto plazo ya pactados.
Miles, de empresas grandes y medianas que participan en la producción, el comercio y la cobertura de metales, productos petroquímicos y materiales estratégicos producidos sustancialmente en Rusia, están hoy seriamente afectadas. Y en todas partes hay efectos secundarios.
Debido a las campañas de presión financiera dirigidas por personas como Mark Carney, Sir Michael Bloomberg, BlackRock, Inc. de Larry Fink y otros, en menos de una década la inversión mundial en hidrocarburos líquidos (productos petrolíferos y gas natural) ha caído de 800.000 millones de dólares por año a 350.000 millones de dólares por año en 2020-21 y los nuevos descubrimientos han descendido de un volumen de 15 millones de barriles equivalentes de petróleo a mediados de la década pasada a menos de 5 millones en 2021.
El resultado actual es que la OPEP tiene dificultades para aumentar la producción, ya que muchos de sus miembros no pueden producir sus cuotas. Los productores de esquisto de Estados Unidos dijeron a los representantes de la Administración Biden en una conferencia en Texas hace dos semanas que no pueden aumentar la producción, porque no reciben crédito. Las empresas de carbón de Virginia Occidental, que ven que el precio del carbón ha superado sus sueños más descabellados, no pueden aumentar la producción por falta de financiación, según un informe de MetroNews, de Virginia Occidental.
La inflación internacional sigue en alza combinada con la escasez y en algunos países europeos y en vías de desarrollo se están interrumpiendo los servicios de transporte debido a los precios del combustible y a las huelgas.
Los mayores bancos europeos ya han registrado pérdidas multimillonarias como resultado de la guerra económica de la OTAN para colapsar la economía rusa. Esas pérdidas se están extendiendo también a las mayores empresas de gestión de patrimonio. Por los “impagos” rusos BlackRock habría perdido 17.000 millones de dólares y PIMCO otros 2.500 millones de dólares.
Los aliados occidentales han empujado a Rusia a una guerra que ésta puede ganar, pero con altos costos y en un plazo aún indeterminado. Alguien está empujando a los líderes ucranianos, para que den permanentes contramarchas: hoy parecen dispuestos a llegar a un arreglo pacífico con Rusia, mañana no. Sólo la elite corporativa hiperrica que domina Occidente y extiende sus tentáculos por todo el mundo está aprovechando la guerra y la consecuente conmoción de la economía internacional, porque es la oportunidad que buscaba desde hace casi una década para reorganizar el planeta. No sólo buscan la devastación del Sur Global, para poner sus recursos a disposición de los más ricos entre los ricos del Norte. También están aprovechando para hacer una “limpieza profunda” en la economía y las sociedades opulentas.
En su camino no reparan en consecuencias ni temen provocar las mayores catástrofes. Por ello es que Wall Street –mal que mal todavía ligada a la economía real- y el Pentágono –con una responsabilidad por la supervivencia del poder soberano de Estados Unidos- reaccionan. Los neoconservadores tienen el apoyo de las principales cabezas del Congreso y de los medios. Es difícil que las fuerzas sensatas que aún resisten en Washington puedan pararlos por medios legales. Por primera vez en la historia la capacidad de reacción del Pentágono y Wall Street es destinataria de la esperanza de salvación de la humanidad.
La entrada ¿Pueden el Pentágono y Wall Street frenar a los belicistas? se publicó primero en Cultural Cava.