El acontecimiento del año —o del siglo— en el mercado del arte no rompió las expectativas, sino todos los récords. Ocurrió en la noche del miércoles en la sede de Christie’s en Nueva York. Salía a subasta una de las mejores colecciones privadas de arte del mundo, la de Paul Allen, cofundador de Microsoft, fallecido en 2018.
Decenas de coleccionistas, marchantes, asesores y ejecutivos de la casa de subastas comparecieron en persona en el edificio de Rockefeller Center. Muchos más asistieron de forma remota, conectados por videoconferencia o teléfono con la sala. Un par de horas más tarde, al ritmo frenético del mazo más prestigioso de las subastas, el de Jussy Pylkkanen, se había vendido arte por algo más de 1.500 millones de dólares.
El anterior récord lo había conseguido la gran competidora de Christie’s, Sotheby’s, hace solo seis meses, en la subasta de la colección de Harry y Linda Macklowe, multimillonarios neoyorquinos del ladrillo, obligados a vender sus tesoros artísticos en medio de un divorcio agrio y masticado con fruición por la prensa local. Aquella venta dejó un total de 922 millones de dólares.
La segunda tanda, este jueves
La recaudación de la colección de Allen es muy superior y eso que no incluye los lotes que se subastarán este jueves, en la segunda velada dedicada a Allen, aunque son obras más baratas, con estimaciones que no pasan de la decena de millones de dólares.
Esa es una cantidad respetable en cualquier subasta, pero no en la de este miércoles en Nueva York. Una medida de la valía de las obras: se subastaron sesenta lotes y se batieron veinte récords en subasta para artistas de todas las épocas.
Las pujas por encima de los cien millones de dólares, verdaderos acontecimientos del año en una situación normal, eran ayer casi rutinarias. Cinco obras superaron ese umbral, empezando por ‘Les Poseuses, Ensemble (Petite version)’, de George Seurat, adjudicada por 149 millones de dólares. El puntillismo era uno de los gustos de Allen, y la subasta incluyó otras tres obras del artista francés.
También batieron esa cifra una obra precursora del cubismo de Paul Cézanne, ‘La Montagne Sainte-Victoire’, que cosechó 138 millones; una escena de Arles de Vincent van Gogh, ‘Verger avec cyprês’, con 117 millones; ‘Maternité’, de Paul Gauguin, con 105 millones; y ‘Birch Forest’, de Gustav Klimt, con 104 millones.
La segunda foto más cara de la historia
Esta última fue además récord para el pintor austriaco, algo que también se logró en la subasta, entre otros, para Edward Steichen —con una fotografía que se coloca como la segunda más cara de la historia en subasta—, Thomas Hart Benton, Diego Rivera o Jasper Johns.
Johns, todavía vivo y que acaba de ser celebrado en Nueva York y Filadelfia con una gran retrospectiva, era otra de las debilidades de Allen. Coleccionó en especial sus cuadros con números, quizá una conexión con el desarrollo de códigos informáticos, que fue lo que propició la fortuna de Allen.
La consiguió muy pronto, después de haber fundado Microsoft con Bill Gates cuando ambos eran apenas veinteañeros. Allen dejó pronto el liderazgo de la compañía, pero el éxito de su software le convirtió en una de las personas más ricas del mundo.
Puso su dinero en lo que le gustaba: el deporte —compró varios equipos profesionales de EE.UU.—, la investigación y el arte. En esto último, demostró un gusto peculiar y una habilidad para entender la apreciación de determinados artistas.
Una colección para llenar un museo
Su muerte dejó una colección capaz de llenar un museo. Esa apariencia al menos ha dado la sede de Christie’s en las últimas semanas, que ha abierto sus puertas para presentar la subasta y ha recibido colas de visitantes.
Entre las obras, todos los periodos, estilos y procedencias. De Botticelli y Brueghel el Joven a Lucian Freud o Francis Bacon. Los mejores impresionistas, cubistas, expresionistas y modernistas encontraron sitio. Canaletto, Picasso, O’Keefe, Hockney, Signac, Magritte, Manet, Monet…
Desde la noche del miércoles, las obras estarán desperdigadas por todo el mundo. Muchas de ellas, en Asia y el Golfo, con el inacabable apetito por las mejores obras. Y su dinero, en manos de organizaciones filantrópicas (su objetivo era confidencial para no afectar al interés de algunos compradores). Esa era la voluntad de Allen y les ha llenado los bolsillos.
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