El destino no es lo que pudo haber pasado, el destino es lo que en efecto pasó, pero el personaje bien vale la licencia y el tributo: este domingo hubiera cumplido 80 años Oscar Natalio Bonavena, el entrañable “Titi” del barrio porteño de Parque Patricios que en condición de peso pesado de primer nivel se le animó a Cassius Marcellus Clay en el Madison Square Garden.
Tití para su madre y sus amigos, Ringo a guisa de que una mujer despistada lo confundió con el baterista de Los Beatles, vivió apenas 33 años y casi ocho meses, puesto que, como ya es tristemente sabido, el 22 de mayo de 1976 la bala asesina de William Ross Brymer, un guardaespaldas del mafioso Joe Conforte, le partió el corazón a las puertas de un burdel de Nevada.
Cuatro días después una multitud estimada en 150.000 personas desfiló por el Luna Park para despedir los restos de un tipo noble, de hábitos sencillos, devoto de los lazos familiares y dueño de una chispa incomparable traducida en las decenas y decenas de anécdotas que el periodista Ezequiel Fernández Moores plasmó en la imperdible biografía “Díganme Ringo”.
Bonavena nació hace 80 años en Parque Patricios, uno de los barrios más tradicionales de la Capital Federal (hoy CABA), hasta que después de una aceptable campaña como amateur debutó en el profesionalismo el 3 de enero de 1964 en Nueva York con una victoria por nocaut en el primer round a expensas de Louis Hicks.
¿Por qué en Estados Unidos y no en la Argentina?
Sucedió que cuando había participado en los Juegos Panamericanos de 1963 que tuvieron lugar en San Pablo resolvió un combate que le era desfavorable con un mordisco en el hombro de su rival, Lee Carr: desde luego fue descalificado y la Federación Argentina de Box inhibió su licencia de forma temporaria.
Un guiño que desde Estados Unidos hizo un argentino allí radicado, Tony Marcilla, prosiguió con una positiva conversación con los entrenadores de Bonavena (los hermanos Juan y Bautista Rago) y a los pocos días armó las valijas y marchó a la meca del boxeo.
En los Estados Unidos ganó sus primeras ocho peleas, perdió el invicto con el experimentado Zora Folley y regresó a la Argentina, donde sumó media docena de triunfos contundentes hasta conseguir que Gregorio Peralta –un gran estilista nacido en San Juan y radicado en Azul- le diera una oportunidad por la corona nacional.
En su primera dorada noche en el templo del pugilismo de Sudamérica, el Luna Park, se produjo pues su resonante pelea contra Peralta, cuando contra todos los pronósticos y tribunas hostiles se impuso por decisión unánime y se quedó con el título argentino.
Hasta esa noche Goyo era el “boxeador del pueblo” (un caballero de perfil bajo, confeso peronista que incluso en Madrid llegaría trabar amistad con el mismísimo General) y Bonavena un desconocido recién llegado de Estados Unidos cuya carta de presentación parecía subsumirse en burlas y dichos descalificatorios hacia sus rivales.
Para el gigantesco desafío de medirse con quien ya era considerado el mejor boxeador de todos los tiempos, Ringo Bonavena se preparó al máximo, en la fragua del gimnasio y en las payadas verbales
Después de la noche del 4 de septiembre de 1965 –asistencia récord en la historia del Luna Park- el promotor Tito Lectoure apostó por ese hombre aniñado, de voz aflautada, pícaro y provocador, que en la antesala de cada combate ante rivales afroamericanos iba de micrófono en micrófono al son de “¡a ese negro lo mato!”.
Con algo de artista de varieté o partenaire de humorista, futbolero fanático de Huracán, el Bonavena hilarante devenía serio, íntegro y admirable arriba del ring: más bien bajo, retacón, víctima de las desventajas de los pies planos, compensaba con maña para acortar las distancias y hacer valer su fuerte pegada y, si cabía, también su capacidad de absorción al castigo.
Así transcurrieron sus años de furor en el Luna Park, donde entre finales de 1965 y octubre de 1970 hizo 15 peleas y perdió solo una, por descalificación, ante el marplatense Miguel Ángel Páez.
Hacia finales del año 70, cuando aun en la derrota Bonavena consumaría la mejor pelea de su vida, hacía un lustro que ya era considerado un primera serie digno de persistir entre los diez o quince mejores pesados del planeta, toda vez que había hecho 25 rounds con el tremebundo Joe Frazier y caído con Jimmy Ellis en una semifinal tendiente a llenar la vacante dejada por Cassius Clay/Muhammad Alí por su negativa a luchar en la guerra de Vietnam.
Para el gigantesco desafío de medirse con quien ya era considerado el mejor boxeador de todos los tiempos, Ringo Bonavena se preparó al máximo, en la fragua del gimnasio y en las payadas verbales: en la conferencia de prensa de presentación de la pelea y en el pesaje logró sacar de quicio a Clay a la voz de “chicken, chicken” (“gallina, gallina”).
Aquella legendaria noche del Madison, el imponente Alí se vio forzado a brindarse al máximo para llegar al último asalto con ventajas en las tarjetas –incluso había pasado momentos de zozobra en las vueltas cuarta y novena- y si noqueó a Bonavena fue por imperio del enorme coraje del argentino
El 7 de diciembre de 1970 la enorme mayoría de los casi 24 millones argentinos se sentaron frente a una televisión blanco y negro para ver hasta dónde el peleador argentino podía comprometer al fenómeno invencible: la televisación de Canal 13 clavó 79.3 de rating, un número inédito hasta entonces que recién sería superado en 1990 en el partido que por la Copa del Mundo de fútbol la Selección argentina ganaría por penales contra su par de Italia.
Aquella legendaria noche del Madison, el imponente Alí se vio forzado a brindarse al máximo para llegar al último asalto con ventajas en las tarjetas –incluso había pasado momentos de zozobra en las vueltas cuarta y novena- y si noqueó a Bonavena fue por imperio del enorme coraje del argentino.
“Nada de derrota digna”, les dijo a sus segundos Ringo, salió a buscar el nocaut de forma desesperada y tropezó con una contra letal: se derrumbó tres veces, las reglas de Nueva York establecieron el fuera de combate inmediato y Ringo lloró como un niño.
Desde entonces jamás dejó de perseverar en la búsqueda de una revancha que jamás llegó por su muerte. Dueño de espléndido récord (58-9-1, 44 KOs.), Bonavena se midió con 31 rivales estadounidenses, enfrentó a cinco retadores a la corona mundial (los ya referidos Folley y Peralta, más George Chuvalo, Karl Mildenberger y Ron Lyle) y cuatro campeones del mundo: Joe Frazier, Jimmy Ellis, Muhammad Alí y Floyd Patterson.
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